Desnudarse
Por: Juliana Muñoz (julianadelaurel@gmail.com)
Desde el erotismo, pasando por la protesta, el arte, la literatura y el exceso, el acto de desnudarse es también una sugerencia para hacer una reflexión distinta en torno a lo cotidiano. Estos son algunos apuntes desnudos sobre el tema.
/ SPENCER TUNICK
Es
difícil alejarse de la connotación sexual de la desnudez. Está
relacionada con lo prohibido, con el deseo, con la intriga de que sólo
nos separa del otro un par de telas, con el conocimiento de sí mismo y
un autoexplorarse a través de ese otro. Hablar de amor y deseo puede ser
muy etéreo, pero hablar de la carne es volver a la tierra, convertir al
deseo en ‘algo’ alcanzable. También la evolución tiene que ver con esta
asociación. Desmond Morris, zoólogo y etólogo, hablaba de que somos
monos desnudos, y esa desnudez intensifica la unión de la pareja por un
mayor placer táctil.
No hay que alejarse entonces de la
sexualidad. Más bien explorar otras posibilidades para desnudarse.
Frente al espejo, como protesta, como profesión, como arte o como
tratamiento: “Cuando uno queda expuesto en toda su patética desnudez, ya
no le queda nada que perder. ¡Por fin una terapia que funcionó!”, dijo
el historietista estadounidense Art Spiegelman.
Desnudarse y ver
el reflejo. Es la desnudez de las verdades inocultables, como la edad,
las cicatrices, los tatuajes. ¿Para qué verse en el espejo? Astrid
Gutsche, repostera y esposa del chef Gastón Acurio, aseguró que, para
saber si conserva la línea, salta desnuda frente al espejo y si le gusta
lo que ve, todo va bien. Hace medio año se filtraron unas fotos que la
actriz Scarlett Johansson se tomó frente al espejo. ¿Por qué no? Abrirle
la puerta al Narciso propio o hacerle trampa a la desnudez automática, a
la de bañarse y no ser consciente de que se toca un cuerpo.
Desnudarse
como protesta. Porque llama la atención, atrae cámaras, impacta,
molesta a las autoridades. El año pasado 30 jóvenes se desnudaron en el
páramo de Santurbán para mostrar su desacuerdo con los proyectos mineros
en Norte de Santander. Periódicamente se desnudan decenas de personas
que rechazan el uso de la piel animal como prenda de vestir.
Spencer
Tunick, el fotógrafo de las multitudes desnudas, ha dejado varios
debates abiertos sobre lo público y lo privado, lo aceptado y lo
rechazado. Ha enfatizado que no se trata de una invitación erótica, sino
de elogiar la vida, la belleza, la paz. De dejarle de temer a la
desnudez para empezar a cambiar la sociedad.
Desnudarse como
profesión. Como lo hacen los modelos de arte o los que trabajan en un
bar de striptease. Oficios que tienen el encanto de practicarse por
afición. De hecho, se puede hacer una larga compilación de música para
quitarse la ropa con la excusa del baile, como You can leave your hat
on, de Joe Cocker, aprovechada magistralmente por Kim Basinger en Nueve
semanas y media. También hay que recordar el video de Rock DJ, en el que
Robbie Williams hace un striptease en el que logra captar la atención
de las mujeres que lo rodean cuando se quita la piel y les lanza su
carne.
Y desnudarse en un grupo. El nudismo como una práctica de
libertad y tolerancia, de seguridad en sí mismo. Nadar desnudo, correr
desnudo, dormir desnudo... son todas escenas que suelen relacionarse con
el concepto de libertad, a pesar de la vergüenza y el pudor que genera
en muchos.
El arte desnudo
El
nacimiento de Venus, de Botticelli, La maja desnuda, de Goya, el David,
de Miguel Ángel, la Afrodita de Milos y cientos de obras más que, como
en toda antología, caen en la injusticia de no alcanzar a ser nombradas.
Deidades de la fertilidad y de la masculinidad, del erotismo, de la
perfección como proporción. O no. Como los trazos surrealistas de
Salvador Dalí o los grabados eróticos de Pablo Picasso en los que los
desnudos rompen con la estética de la proporción y llegan a lo onírico.
Los
hombres de Luis Caballero, que le dieron fuerza al desnudo masculino.
El retrato de Toulouse-Lautrec, en el que lo erótico está en la mujer
que se viste, ajusta sus medias. O un vestido desnudo en el cuadro La
filosofía del dormitorio, de Magritte.
El desnudo como una forma
de arte y no como un tema de arte, como explicaba el historiador Kenneth
Clark, porque estar desnudo no es lo mismo que mostrarse sin ropa. El
primero no tiene ningún tipo de filtro cultural, el segundo, o el
desnudo artístico, está determinado por cada época, contexto social y
moral. De ahí que desnudarse fuera tan diferente en otras épocas.
Desnudarse
con palabras porque “las palabras hacen el amor”, proponía André
Breton, porque también significa mostrar la verdad. Y las palabras sobre
la desnudez en la literatura universal. Otra antología arbitraria. Por
ejemplo, el hombre que fisgonea desde el tejado a una dama que toma una
ducha en los Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
De
él también la memorable escena de dos viejos que se desnudan en El amor
en los tiempos del cólera: “La vio desnuda hasta la cintura, tal como la
había imaginado. Tenía los hombros arrugados, los senos caídos y el
costillar forrado de un pellejo pálido y frío como el de una rana”.
Octavio
Paz escribía “mis ojos te descubren desnuda y te cubren con una lluvia
cálida de miradas”, y Vicente Aleixandre: “Es por la piel secreta,
secretamente abierta, invisiblemente entreabierta, por donde el calor
tibio propaga su voz, su afán dulce, por donde mi voz penetra hasta tus
venas tibias”. Desnudarse, más que la desnudez misma, como recurso en la
poesía erótica.
Desnudarse hoy
¿Quién
fue la primera actriz que se desnudó en una revista, en la TV, en un
cartel? ¿La primera que transgredió la norma, la que causó escándalo y
sensación, que fue revolucionaria en una sociedad conservadora? Ha
tenido tantas, miles, seguidoras que se desnudan, prenden polémicas, que
pocos las recuerdan ya.
“Los tiempos son otros y un desnudo en el
prontuario pesa menos ahora que hace cuarenta años”, dijo Andrés Hoyos.
Las revistas que más se venden son las que tienen en su portada más
piel que ropa, alguien dijo “vote por mí y me desnudo”, agencias
publicitarias adoran a las modelos que escasas de ropa sostienen
cualquier producto, programas de televisión que tienen que ver con la
invasión de la privacidad para volverla pública.
Alguna vez Juan
Villoro escribió sobre la Miss Universo y policía rusa, Oxana Fedorova,
que se veía mejor vestida de policía que de reina: “Una mujer de tropa,
imprecisa y perfecta. En cambio, en traje de baño se asimila a los miles
de cuerpos que trabajan en pro de la venta de desodorantes”. Parecen
terribles tiempos en los que la desnudez no distingue: uniforma.
“Mirar
un pezón es una rutina ciudadana. Y algo más: el pezón vive en un
cuerpo rutinario”, escribió Villoro. En lugares comunes la desnudez
pierde su tabú y queda poco por transgredir. Se extermina el deseo al
hacerlo cotidiano, vulgarizarlo, quitarle el misterio. Hace falta poder
decir: “no te puedo conocer totalmente”.
¿Cómo hacer que el que ya
lo vio todo quiera ver más? Tal vez en ese ‘cómo’. Cómo desnudarse, qué
acompaña al desnudo: un rostro, un gesto, una situación, una prenda.
Vendar los ojos para imaginar la desnudez bajo el tacto. Algún poeta
elogiaba a la cortesana que, sin más que mostrar, se despojaba de sus
joyas con la sensualidad de quien tiene secretos. Acariciar desde
adentro de la piel, la posibilidad de desnudarse más.
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