Naturismo Ecuador

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lunes, 12 de septiembre de 2011

CARTA DE UN NUDISTA ECUATORIANO

A mis amigos de ANUDEC:
Un domingo estuvimos en la cascada. La penúltima vez que visitamos el lugar.
Como de costumbre, quedamos en encontrarnos en Cumbayá. Después de una pequeña confusión, recogí a a Sebastián y Manolo, nos enrumbamos a la cascada. El día era precioso. Ni una nube en el cielo, el sol brillaba, la vida era bella.
Pasando la “Y” de Pifo, el cielo comenzó a ponerse gris. Dos curvas más arriba, una pequeña llovizna nos comenzó a preocupar y al momento de hacer la compra de las habas donde la casera de costumbre, comenzamos a tiritar de frío. Pero el optimismo nudista nunca nos abandona y dijimos: seguro que al llegar el cielo se abre y sale el sol. Seguimos subiendo y el panorama era cada vez peor. Comenzó a llover, encendimos las luces del auto porque había neblina, prendimos las luces de parqueo para indicar que hay que ir despacio y casi dejamos de hablar como los loros que éramos en Cumbayá.
Al fin llegamos al balneario donde pagamos la entrada a la cascada y nos encontramos con el resto de amigos y amigas que habían llegado en traje de playa, tenían la piel de gallina y tiritaban de frío.
Pero como somos testarudos y ya estábamos encaminados, subimos la cuesta, estacionamos los autos y cargando las mochilas comenzamos a caminar hacia arriba. Doscientos metros más allá, ¡Eureka, Sale el sol!. No era un sol resplandeciente, quemante, ni mucho menos, pero abrigaba y alumbraba. Y sobre todo, nos inyectó una enorme cantidad de optimismo. Después de quince minutos ya estábamos bajando el sendero de lodo y piedras que conduce a la cascada, cargando las mochilas con la comida que habíamos comprado para una semana y que alcanzaría para un batallón, como siempre. Con cuidado, por la falta de práctica, evitando resbalarnos, caernos, espinarnos, hortigarnos, al fin apareció el río, con su estruendo delicioso y su cálida humedad. Luego, al llegar a la orilla, la vista espléndida, inolvidable de nuestra querida cascada “La Suquita”.
Alejandro armó una carpa en la tapa del reservorio, que es lo único que desentona en el entorno, pero a lo que nos hemos acostumbrado. Dejamos las fundas de comida adentro para que no se moje si un chubasco inesperado nos caía sin previo aviso.
Con un poco de timidez, al principio, comenzamos a desvestirnos, hasta que vimos a Alejandro y toda su familia en traje de Adán. Y sin más preámbulos, todos, nueve entre hombres, mujeres , comenzamos a desprendernos de nuestra vestimenta y, a los años, nos vimos desnudos unos frente a otros, desinhibidos y naturales. Inermes frente a la naturaleza. En igualdad de condiciones, sin la protección de la ropa y con esa sensación de felicidad que nos provoca la desnudez en grupo. Lejos están los días en que a los hombres nos preocupaba una inesperada e incómoda erección que nunca llegó y las gorduritas y arrugas a las mujeres. Ahora ya no nos preocupamos de cómo nos vemos y creo que hemos superado el primer escollo en el camino hacia el nudismo. Este es como una herramienta para desarrollarnos como seres humanos, un deseo de alcanzar la armonía con la naturaleza. Una filosofía que nos ayuda a aceptarnos como somos, a ver a los demás sin el prejuicio del arquetipo masculino o femenino del ser humano corporalmente perfecto. Aún dentro de nuestras excentricidades, nuestra mente es una de las maquinas más perfectas del universo y nuestro espíritu, el engranaje sin el cual el universo se caería en pedazos. Cada uno de nosotros es único e irrepetible, insustituible en la llamada creación. Así, aprendemos a ver dentro de nuestro compañero a una entidad complemento de la nuestra.
Hasta ahora no logro describir con exactitud la sensación de libertad, de pureza que es ésta de estar desnudo en un entorno natural, acompañado de mis amigos, a quienes conozco desde hace un año, pero con los que he compartido los momentos más intensos y a quienes considero casi como mis hermanos del alma.
Pasamos todo el día metidos en el agua tibia de nuestro pequeño jacuzzi, conversando de los más dispares tópicos, contando chistes y anécdotas, comiendo dentro del agua todo lo que trajimos: choclos con queso, fritada, papas cocinadas, sándwiches de jamón, coca cola y una mano completa de plátanos oritos que encontré al paso, en mi casa y que a mi regreso, mi suegra aún estaba buscando hasta debajo de los muebles. Si llega a saber que soy nudista, le da un paro cardíaco.
Mmmm, voy a pensar en decirle.
El tiempo pasó como una exhalación y el momento del regreso nos golpeó como un martillo, como siempre. A regañadientes salimos del agua, nos vestimos pensando en que el día estuvo muy corto, guardamos la basura en una bolsa, cargamos las mochilas y bajamos de la montaña, de regreso a los autos, a la carretera, al trabajo, a la vida cotidiana. A la civilización.
Durante la semana nos la pasamos pensando en la delicia increíble que es estar desnudos sin hacer nada más que hablar tonterías con los compañeros, disfrutando del agua tibia en toda nuestra piel ,totalmente expuesta, al viento, al agua y a la vista de todos.
¿Es esto una filosofía de vida?, ¿una excentricidad? ¿Una manera de ser mejor ser humano, respetuoso de los demás y de la naturaleza? No importa la cantidad de pretextos altruistas que se me ocurra pensar para justificar esta conducta, siempre dudaré de las razones para hacerlo.
Pero tengo la certeza de que deseo seguir haciéndolo durante el resto de mi vida.
Cristian Davila P
MIEMBRO ANUDEC

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